Consagración
DE ESPAÑA AL CORAZON DE JESUS
(Revista El Mensajero del Corazón de Jesús, año 1919)
UN DÍA HERMOSO
Hemos pasado un día hermoso.
Para todo aquel que ame a Nuestro Señor Jesucristo y que conozca algo de los tesoros de amor que nuestro Redentor se merece por el amor que él nos tiene y por el amor que ha tenido a España en los tiempos pasados, ha sido un día hermoso.
Para todos los que sienten tristeza al ver las apostasías nacionales del mundo que se empeñan oficialmente en desconocer a Jesucristo y rechazan su yugo suave, ha sido este un día magnífico.
Para la turba desgraciada de los racionalistas, que sólo acatan, no lo que dicta la razón, sino lo que a su capricho se ocurre, el día habrá parecido inútil y hasta dirán que ha sido ridículo, o fanático, o provocativo, o indigno de una nación culta, o cualquiera de esas cosas que a ellos, únicos sabios, únicos intelectuales, suelen parecer estas cosas augustas y santas.
¡UN CUENTO!...
Yo tuve la Suerte de ser llevado al Cerro de los Angeles en el coche de un caballero muy cristiano de Madrid, que me admitió en compañía de su familia. Al volver, viniendo todos con el corazón henchido de hondo sentimiento de consuelo sobrenatural, el niño de la fami1ia, el unigénito candoroso y alegre, me dijo de repente:
-Ahora, ¿ya nos escribirá usted un cuento?
-¿Un cuento? ¿Dónde?
-En EL MENSAJERO.
-Y ¿de qué voy a escribirte el cuento?
-Pues, de todo esto ...
-¡De todo esto! ¡Y un cuento!... Esto ¿no te parece que pide más que un cuento?
¡UNA HISTORIA!...
-¡Bien!, ya me entiende usted. Ya nos escribirá una historia...
-Historia, sí; un buen capítulo de historia. Breve y conciso, pero de mucha sustancia. Ya te escribiré una historia.
Porque historia, o capítulo aparte de historia, merece este suceso de breves horas realizado en el Cerro de los Angeles, entre el cielo y la tierra, en medio de la Península española, cuando el sol de España caía perpendicular sobre la patria.
Y acaso no esté tan elevado el Cerro de los Angeles, que se levanta solo en medio de los campos madrileños, como está elevada esta historia de lo que en nuestro siglo más ha bullido en España en estos últimos tiempos, de toda esa historia rastrera de politiquerías mezquinas y miserables que nos deprimen y esclavizan.
Vamos, pues a escribir una historia para que conste en los fastos de España el día 30 de Mayo de 1919 como un día hermoso y digno de España.
LA HISTORIA ES BREVE
Me temo que mi amiguito quede un poco desilusionado cuando yo diga que la historia es breve y muy sencilla.
Pero los que me entiendan podrán comprender que, breve y sencilla cuanto se quiera, la historia, sin embargo, es augusta, es grandiosa, es magnífica y es santa.
La historia es que en el siglo XX, en pleno mediodía, a la faz de su reino y de todo el mundo, el rey de España, con voluntad plena, con corazón cristiano, con voz firme, por nadie obligado, acompañado de todo su Gobierno, que también acudió voluntaria y espontáneamente, después de haber comulgado todos a la mañana para prepararse a este acto magnífico, consagró al Corazón de Jesús a todo su reino con estas preciosas y significativas palabras:
Corazón de Jesús Sacramentado, Corazón del Dios Hombre, Redentor del mundo, Rey de reyes y Señor de los que dominan:
España, pueblo de tu herencia y de tus predilecciones, se postra hoy reverente ante este trono de tus bondades que para Ti se alza en el centro de la Península. Todas las razas que la habitan, todas las regiones que la integran, han constituido, en la sucesión de los siglos y a través de comunes azares y mutuas lealtades, esta gran Patria española, fuerte y constante en el amor a la Religión y en su adhesión a la Monarquía.
Sintiendo la tradición católica de la realeza española, y continuando gozosos la historia de su fe y de su devoción a Vuestra Divina Persona, confesamos que Vos vinisteis a la tierra a establecer el reino de Dios en la paz de las almas redimidas por vuestra sangre y en la dicha de los pueblos que se rijan por vuestra santa Ley; reconocemos que tenéis por blasón de vuestra divinidad conceder participación de vuestro poder a los príncipes de la tierra y que de Vos reciben eficacia y sanción todas las leyes justas, en cuyo cumplimiento estriba el imperio del orden y de la paz. Vos sois el camino seguro que conduce a la posesión de la vida eterna, luz inextinguible que alumbra los entendimientos para que conozcan la verdad y principio propulsor de toda vida y de todo legítimo progreso social, afianzándose en Vos y en el poderío y suavidad de vuestra gracia todas las virtudes y heroísmos que elevan y hermosean el alma.
Venga, pues, a nosotros tu Santísimo Reino, que es Reino de justicia y de amor. Reinad en los corazones de los hombres, en el seno de los hogares, en la inteligencia de los sabios, en las aulas de la ciencia y de las letras y en nuestras leyes e instituciones patrias.
Gracias, Señor, por habernos librado misericordiosamente de la común desgracia de la guerra, que tantos pueblos ha desangrado; continuad con nosotros la obra de vuestra amorosa providencia.
Desde estas alturas que para Vos hemos escogido como símbolo del deseo que nos anima de que presidáis todas nuestras empresas, bendecid a los pobres, a los obreros, a los proletarios todos, para que en la pacífica armonía de todas las clases sociales encuentren justicia y caridad que haga más suave su vida, más llevadero su trabajo. Bendecid al Ejército y a la Marina, brazos armados de la Patria, para que en la lealtad de su disciplina y en el valor de sus armas sean siempre salvaguardia de la nación y defensa del Derecho. Bendecidnos a todos los que, aquí reunidos en la cordialidad de unos mismos santos amores de la Religión y de la Patria, queremos consagraros nuestra vida, pidiéndoos como premio de ella el morir en la seguridad de vuestro amor y en el regalado seno de vuestro Corazón adorable.
Amén.
Esta es la historia.
Breve, sí; pero, aunque no se supiese más que esto, sería una historia grande, magnífica y santa.
Este es el capítulo de los anales del rey Alfonso XIII; pero, aunque no se diga más en él que lo que he dicho, será un capítulo hermosísimo y una página gloriosísima de su vida.
Seguramente que así lo entendió todo el mundo al volver de la fiesta a casa, y así lo sintió el augusto corazón del Monarca y de las Reinas y aun de toda la familia real, que saboreaba en su corazón, en toda aquella tarde que siguió al acto, un júbilo grande y, sobre todo, pleno, íntimo y distinto de los júbilos oficiales y mundanos que habrá sentido en tantas otras ocasiones.
Si, hay que decirlo de veras. Este fue un gran día de nuestra historia y un capítulo magnífico de nuestros anales. Lo recordaremos el año que viene, y lo recordarán el año 30, y el año 40, y el año 50, y todos los años.
EL 30 DE MAYO DE 1919
EN MEDIO DE ESPAÑA Y EN MITAD DEL DIA
EL REY DE ESPAÑA
ASISTIDO DE TODO SU GOBIERNO
RECONOCIÓ Y ADORÓ
AL CORAZON DE JESÚS SACRAMENTADO
COMO CORAZÓN DEL DIOS HOMBRE
REDENTOR DEL MUNDO
REY DE REYES Y SEÑOR DE LOS QUE DOMINAN
Y SE CONSAGRÓ Y NOS CONSAGRÓ A ÉL
A TODOS LOS ESPAÑOLES
Esto es lo grande y lo importante; esta es la historia admirable.
Lo demás importa bien poco al lado de esto. El ornato del sitio, la multitud de la concurrencia, lo férvido de las aclamaciones, lo lucido de las representaciones, lo artístico del monumento, etc., etc., todo eso nada significa al lado de lo otro. No dan estos accidentes realce al acto augusto, sino que el acto augusto da realce a todo lo demás.
Diremos de ello para que se sepa; pero, con ello y sin ello, está dicho lo grandioso de la hermosa historia de este día.
Esta es la historia. La de un rey del siglo XX, que públicamente profesa que es católico y que reconoce sobre sí la suprema autoridad de Jesucristo Rey de Reyes y Señor de Dominadores, profesando que las sociedades civiles deben sujetarse a sus leyes, y que en cuanto de él depende quiere deliberadamente que la suya esté sometida a la ley de Jesucristo, la cual no pone esclavitud ni despotismo, sino que asegura la mayor suma de libertades que se pueden tener en este mundo, y abre el camino para el más alto grado de bienestar y civilización que en las sociedades humanas puede alcanzarse.
Hasta hoy en estos siglos ningún rey había hecho cosa semejante en el mundo.
En Ecuador, el presidente García Moreno, ínclito estadista del siglo pasado, y en Colombia el Gobierno Republicano por ley de las Cortes se consagró al Corazón Divino. En España no sé si en las Cortes se aprobaría tal proyecto: algunos van a las Cortes, que seguramente sería una profanación echar a las fauces de los que allá entren sin educación manjar tan delicado como el de consagrar la patria al Corazón de Jesús.
Mas ya que no las Cortes, el Gobierno todo de Su Majestad se ha dignado asistir y con su presencia aprobar esta Consagración. Todos los ministros, menos uno que estaba enfermo, comulgaron a la mañana, y al mediodía, de rodillas ante el Señor de todos los Gobiernos, escucharon el acto de Consagración de su Monarca.
Junto al rey estaba la nobleza, y junto a la nobleza el ejército, y junto al ejército el pueblo, representado en todas las categorías de nuestra sociedad.
Esta fue la historia. Grandiosa, propia de una nación católica, digna de un pueblo de Jesucristo.
¡Gran día!, ¡gran cuento, amigo mío, que me pedías un cuento! y más que cuento, feliz historia del día 30 de Mayo. En la Iglesia se celebraba la fiesta de San Fernando. Pienso que este Santo Rey desde el cielo, presenciando aquella fiesta con todos los reyes católicos españoles, gozaría más que otros días, y exclamaría con todos sus antecesores y sucesores: ¡Bien hecho! así es España, así debe ser; y si no es así que no lo sea.
ACCIDENTES
Pero si queréis saber los accidentes y circunstancias de este gran día, con gusto narraré lo que merece tenerse en memoria perpetua de este monumento levantado por España al Corazón de Jesús.
Hace ya años que, deseando consagrar España al Sagrado Corazón, se proyectó erigir en el Cerro de los Angeles un monumento al Corazón Divino con limosnas, aunque sencillas, de todo el pueblo.
Ese monumento se ha levantado ya.
En el centro geográfico de España, como un altar majestuoso, se levanta un montecillo que sostiene en un lado de su cima una iglesia de Nuestra Señora de los Angeles. En el otro lado del montecillo y frente a la iglesia, se levanta el monumento que España ha erigido al Corazón de Jesús. En sus sillares hay dinero de mucho pueblo; desde los cinco céntimos del obrero y de la sirvienta, hasta el cheque del opulento y del noble, todos han contribuido a construirlo.
Sobre un pedestal de veinte metros, el Corazón de Jesús aparece con los brazos extendidos convidando a toda España a reunirse a sus pies. Escuchando sus llamadas acuden a Jesús todas las clases de la sociedad representadas al pie del monumento; personas de todas clases y condiciones, y unos inocentes, otros penitentes, y todos amantes, vuelven los ojos al que les ha dicho: “Venid a mí ... yo os aliviaré.”
Al otro lado los Santos devotos del amor de Jesús, San Agustín, San Francisco de Asís, Santa Teresa de Jesús, Santa Gertrudis, y el P. Hoyos, muerto en olor de santidad, y, delante de todos, la Beata Margarita, contemplan arrebatados de amor a su Amor divino.
En el pedestal está esculpido el escudo de España, y entre él y el Corazón divino la imagen de la Inmaculada, patrona de España.
Una inscripción que hay en el frontal del altar, dice: “La Unión de Damas españolas”. Otra sobre el altar, dice: “España al Sagrado Corazón de Jesús.” Otra en el pedestal mismo, dice: “Reino en España”.
Es, pues, en medio de la gran llanura de Castilla, este collado un grandioso altar elevado al Amor Divino, al Corazón de Jesús por la pobre España, para reconocerle como su Rey, para adorarle como su Dios, para amarle como su Redentor, para invocarle como su Protector, para vivir, y si ha de morir, para morir confesándole y amándole ...
Era preciso inaugurar este monumento, con la solemnidad debida.
EL PLAN DE LA FIESTA
Consagrarse España al Corazón de Jesús, parece que no lo puede hacer enteramente si no lo es por la voz de su Soberano.
Estamos, por desgracia, en tiempos en que los soberanos no lo son siempre ni para todo lo que quieren por justo y noble que sea.
¿Podríase esperar que el Rey de España asistiese a la fiesta?
-¿Asistirá V. M. a la inauguración del monumento?
-No hay dificultad.
Había que dar un paso más. ¿Quién leería delante de Su Majestad el acto de Consagración? ¿Sería decente que ante él llevase la voz y representación de España otro cualquiera por eminente que fuese, y que el Rey callase mientras otro consagraba a su nación a Jesucristo?
-¿Leerá V. M. el acto de Consagración?
-Sí, por cierto.
Ya estaba todo. Así debía hacerse y así se haría.
Se tenía ya lo principal. Fuera de esto que asistiese poca o mucha gente, que el acto fuese así o de otra manera, que se cantase esto o lo otro, que en fin, fuesen estas o las otras las fórmulas, ¡importaba tan poco!... Como el monte de los Angeles se yergue y distingue sobre la llanura, así se distinguiría sobre todo lo demás la figura del Rey y se escucharía entre todas mucho más alto su voz augusta.
LA EJECUCIÓN
Hasta se procuró que fuera de esto no hubiese otras magnificencias que distrajesen la atención de lo principal.
Se dio poca publicidad al anuncio del acto, sólo la necesaria; se prescindió de dar facilidades a la concurrencia; se invitó sin profusión y hasta con parsimonia; casi nos disgustábamos de que no se hiciese mayor propaganda. De haberse hecho abierta propaganda se hubiera desbordado el pueblo y se hubiera tropezado con muchas dificultades.
Se prefirió proceder por otro sistema. Se invitó a que todos los españoles, sin moverse de sus parroquias o de sus pueblos se uniesen espiritualmente al acto, haciendo cada cual en su iglesia el mismo acto que se había de hacer en el Cerro de los Angeles, como en efecto se hizo en muchísimas partes de España.
Llegado, pues, el día de San Fernando, aniversario de la boda del rey, a media mañana, una no interrumpida fila de autos, de coches de varias clases, de cabalgaduras y hasta de carros se dirigía al Cerro, distante de Madrid unos quince kilómetros. Por el tren, en distintos viajes, llegaron también bastantes a Getafe, de donde tenían que andar al Cerro unos dos kilómetros.
A poco de salir de Madrid se presentaba el Cerro como un altar gigante en medio de la llanura. Acercándose un poco más se veía la ermita de la Virgen de los Angeles. Acercándose más todavía se distinguía bien el monumento y la estatua de Nuestro Señor. Extendida por el viento hacia ella una gran bandera española presentaba el emblema de la patria que miraba hacia Jesucristo y se extendía hacia él como deseando besarle y envolverle y abrazarle.
El silencio aumentaba en el corazón envolviendo mil vagos pensamientos.
La subida se hizo con mucho orden gracias a las acertadas disposiciones que se tomaron. Llegó toda la gente, que se fue replegando en las sillas que en número de tres mil se habían dispuesto ordenadamente. Llegó la nobleza, los caballeros con sus uniformes, los Grandes con sus insignias, los Prelados con sus capisayos, Comisionados y Representantes de muchas asociaciones, los Ministros todos menos el de Hacienda que estaba enfermo.
Llegó para hacer guardia y presentar honores el Regimiento del Rey que se situó al lado del monumento.
A las once y media en punto se izó en la tribuna regia, formada de tapices, el pendón morado de Castilla, y aparecieron los reyes en medio de aclamaciones y vivas al rey cristiano que venía entonces como nunca en nombre de su Nación. Estaba el rey vestido de capitán general de media gala, cruzado al pecho por la banda de Mérito militar roja, y por el Toisón de Oro, el gran collar de Carlos III y la venera de las Ordenes militares.
Junto al Rey estaban las Reinas y los Infantes e Infantas.
LA FIESTA
Al punto el Señor Nuncio de Su Santidad bendijo el monumento revestido de Pontificial. Luego el Señor Obispo de Madrid-Alcalá comenzó la Santa Misa. Imponente fue el acto de la elevación por vez primera en aquel altar puesto al pie del monumento, mientras la banda saludaba con la marcha real al Rey de reyes, que no ya en imagen, sino realmente presidía desde entonces nuestra reunión y venía a recibir nuestra Consagración.
Terminada la misa se dio la bendición papal que concedía el Santo Padre.
Y llegó el momento más augusto de toda la ceremonia, el momento por el cual estábamos allí todos congregados en medio de España.
LA CONSAGRACION
Subió lleno de serena majestad el Rey las gradas del monumento hasta el pie del altar. Recibió un pergamino que le ofreció el Duque del Infantado con la Consagración. Puesto de rodillas al lado de la Epístola y apoyado en su sable presenció reverente la Exposición del Santísimo Sacramento. Terminado el Pange Lingua, permaneciendo todos de rodillas, alzose únicamente el Rey y vuelto hacia el Santísimo y ligeramente también a su pueblo que le rodeaba y le escuchaba, pronunció el Acto de Consagración.
El silencio se oía; y en medio de él únicamente sonaba la voz del Monarca, sencilla, acompasada, pero marcada y firme, la cual era ansiosamente bebida por todos los circunstantes, que con el oído al aire, con la expresión de la mirada, con el leve gesto de anuencia iba, según leía el Rey, aprobando cada una de sus frases.
Todas eran sinceras, y todas verdaderas.
El comienzo, sencillo, el más apropiado que se pudo escoger para tales labios y en tal ocasión.
“Corazón de Jesús Sacramentado, Corazón del Dios Hombre Redentor del mundo, Rey de Reyes y Señor de los que dominan:” Era verdad...
Seguía: “España, pueblo de tu herencia y de tus predilecciones, se postra hoy, etc.” Era verdad también.
“Sintiendo la tradición católica de la realeza española, y continuando gozosos la historia de su fe y devoción a Vuestra divina Persona, confesamos, etc.” Era consolador escuchar esto de los augustos labios.
“Venga, pues, a nosotros vuestro Santísimo Reino, que es reino de justicia y de amor.” Al llegar aquí pareciome que muchos a mi lado lo repetían así en voz baja. “Reinad en los corazones de los hombres, en el seno de los hogares, en la inteligencia de los sabios, en las aulas de la ciencia y de las letras, y en nuestras leyes e instituciones patrias.” ¿Quién no asintió, aun sensiblemente, a todo esto?
“Gracias, Señor, por habernos librado misericordiosamente de la común desgracia de la guerra, que tantos pueblos ha desangrado.” Esto lo entendían todos admirablemente, pero mejor que nadie las madres. “Continuad con nosotros la obra de vuestra amorosa providencia.” Y esto lo repetían seguramente todos los que escuchaban.
“Desde estas alturas que hemos escogido para Vos, como símbolo del deseo que nos anima de que presidáis todas nuestras empresas, bendecid a los pobres, a los obreros, a los proletarios, para que la pacífica armonía de todas las clases sociales encuentre justicia y caridad que haga más suave su vida, más llevadero su trabajo. Bendecid al Ejército y a la Marina, para que en la lealtad de su disciplina y el valor de sus armas sean siempre salvaguardia de la nación y defensa del derecho. Bendecidnos a todos, etc.”
La bandera española al otro lado del altar, fuertemente azotada por el viento, era el único rumor que a su Rey acompañaba. Su Majestad el Rey de la tierra sobresalía sobre todos los demás al lado de Su Majestad el Rey del cielo, que ocupaba el trono del altar.
Sin querer en aquellos momentos el rey aparecía tanto más grande cuanto más se humillaba ante Jesucristo, y sobre todo mucho más querido y mucho más respetado que cuando recibe los homenajes de toda su corte y de todo su gobierno.
Entonces se respetaba al rey... y se le amaba.
LA PROCESIÓN FINAL
España estaba consagrada al Corazón de Jesús. Había hecho su besamanos ante el Monarca del Universo en el altar trono erigido en medio de España, y ya el Señor iba a retirarse de entre nosotros. Le acompañaron en procesión los más nobles de la concurrencia, y recogiendo nuestras amantes miradas, pasó por en medio de todos por la calle a lo largo del Cerro, desde el monumento hasta la ermita.
Sencillo, pero solemne paso.
Conducía la custodia el Eminentísimo Cardenal Primado.
Llevaban las varas del palio el infante don Carlos, el ministro de la Guerra, el duque del Infantado, el marqués de Aguila Fuente, el vizconde de Val de Erro y el duque de Vistahermosa.
Seguían los Prelados, la Familia Real, el Gobierno, las Ordenes militares, representantes de la guarnición de Madrid, una comisión de Artillería de Getafe y de la junta de Acción Católica, presidida por el marqués de Comillas.
La ondulada procesión cubría el Cerro. Por un lado resonaba el Tantum ergo, por otro el Pange Lingua, por otro la Marcha Real, por otro el Himno Eucarístico. Y en todos los corazones el himno de acción de gracias, y el aleluya del gozo religioso y patriótico.
Desde la altura de la ermita se nos dio la bendición con el Santísimo a los ecos lejanos de la Marcha Real.
-Puede ya retirarse Su Majestad- cuentan que le dijeron al Rey.
-No,- respondió Su Majestad, -le acompañaremos hasta que quede reservado en su sagrario.
Y le siguió hasta la iglesia como antes.
DESFILE
Todo estaba hecho, y hecho con felicidad.
El desfile se hizo primero de Sus Majestades y Altezas con aclamaciones y vivas mucho más entusiastas y sinceros que antes de la fiesta.
Luego de todo el público por su orden con íntima satisfacción y alegría.
POR TODA ESPAÑA
Mientras nosotros hacíamos la consagración en Los Angeles, en toda España en sus parroquias y conventos la hacían también con nosotros millones de españoles, y, hecha, entonaban en acción de gracias el Te Deum que tan en su punto estaba en esta ocasión.
¿Qué católico de España no se llenó de júbilo en ese día y no lloró cuando menos con lágrimas del corazón al ver consagrado todo el reino al Rey de Reyes Jesucristo Nuestro Señor, y entronizado en toda España al Corazón de Jesús?
Todos, todos de cualquier opinión y bando que fuesen, alabaron y aclamaron, sin duda, esta hermosa manifestación de fe.
Pero sobre todo, seguramente, el Corazón de Jesús la recibió con alegría y gozo divino. Y la Reina Madre, la Virgen Inmaculada, Patrona de España, que tanto la quiere, y que no ha podido prescindir de colocar su imagen en el mismo trono que a su Hijo, como intermediaria entre él y nosotros, sin duda, que llevó alborozada, según es su oficio de medianera nuestra, las palabras del Rey y de toda España al trono de su Hijo.
LOS ESPANTADOS
Mientras tanto, los enemigos de Cristo, los revolucionarios, los amigos de la revuelta, de la guerra, del odio, de la sangre del pueblo que ha corrido por su causa a torrentes, cuantas veces engañándole lo han lanzado a las calles, esos se encontraron espantados, porque cuando no lo creían surgió España con su Rey, valiente y católica a decir a Jesucristo, que aunque otra cosa digan los intelectuales, España le quiere y le querrá.
Parece mentira cuánto espantan y cuánto irritan a esos infelices nuestras pacíficas demostraciones de amor a Jesucristo.
A tan sencillo acto como este, le llamaron provocación, fanatismo, anacronismo, ... lo ridiculizaron, lo insultaron, y lo que es peor, lo blasfemaron.
Caiga sobre esos insensatos e impíos, no la maldición de Dios, sino la luz del fuego del Corazón de Jesús, para que le conozcan y le amen como nosotros.
¿Para qué pedir mayores maldiciones para ellos que la que tienen de no amar a Jesús? ¡Oh Señor!, decía San Agustín, ¿me amenazas con castigos si no te amo? Pero ¿acaso hay mayor mal que no amarte?
Aunque en verdad, no sé de qué se espantan los que piden libertad para todas las ideas; de que un Rey Católico oficialmente consagre oficialmente a una nación que oficialmente es católica. Ni entiendo que daño recibe ningún español de este acto por el cual se enojan tanto.
¿Pastoral o Discurso de la Corona? preguntaba un diario a propósito del Acto de Consagración!... Ni lo uno ni lo otro. Pero si fuese un discurso de la Corona, si fuese el párrafo principal de todos los Discursos de la Corona, nadie pudiera con razón reprenderlo.
REINO
En el pedestal sobre que se levanta el Corazón de Jesús, se lee, no ya REINARÉ, como dijo Jesús al P. Hoyos, sino REINO.
¿Es verdad que reina?
Puesto que Su Majestad el Rey de España, suprema autoridad de España, pública y solemnemente le ha reconocido como Rey, puede decirse que REINA de alguna manera y verdaderamente.
Sin embargo, hay tantos rebeldes aún y tantos indiferentes en este reinado, que queda aún mucho que hacer hasta que reine realmente en todas las regiones españolas.
Digo esto para que nuestros lectores no se duerman en la almohada de la confianza, que es la almohada de los desengaños. Y para que piensen que esa palabra escrita en el centro de España nos urge y nos obliga a trabajar como verdaderos devotos del Corazón de Jesús para que todas las regiones españolas amen a Jesús teórica y prácticamente, y para que como pedía Su Majestad con voz sentida y honda reine el amor de Cristo en los corazones de los hombres, en las familias españolas, en las inteligencias de los sabios, en las cátedras, en las letras, en las leyes, y en todas las instituciones patrias. Eso, eso hay que procurar a toda costa. Y porque el acto de Los Angeles significa todo eso y tiene esa tendencia, por eso, sin duda, rugen como rugen los anticlericales, a pesar de toda la inocencia del acto.
Nosotros, al subir el Rey al altar a leer la Consagración, interiormente rezábamos la preciosa oración que para orar por el rey nos dicta la Iglesia:
Te rogamos, omnipotente Dios, que tu siervo Alfonso, nuestro rey, que por tu misericordia ha tomado el gobierno de nuestro reino, reciba también aumento de todas las virtudes, para que, adornado de todas las necesarias, pueda escapar de los monstruos de los vicios y llegar lleno de gracia a ti, que eres camino, verdad y vida. Por Nuestro Señor Jesucristo. Amén.
A él Señor, y a su esposa, y a sus hijos, y a su madre que asiste conmovida, dales el premio de esta profesión pública que hoy te hace y de este homenaje que te rinde ante sus vasallos de fe y de amor sincero.
Y al ver a los Ministros de pie frente al altar escuchando el acto de su Rey, también interiormente suplicaba y decía al Corazón de Jesús:
“Oh Señor, dadnos alguna vez gobierno que mire por nosotros, por tu pueblo; gobierno que tenga sincera voluntad de salvar y mejorar a su patria. Cerrad el camino a todos los que quieran escalar el gobierno sin más ideal que pasar por toda la nación pateándola en provecho y regocijo propio. ¿No encontraréis en España una docena de varones sinceros, fieles, prudentes, valientes y constantes que saquen al camino de la civilización a esta nación insigne atollada en los barriza1es de las políticas egoístas?
“Oh Señor, dad a nuestro pueblo sentido común, y a nuestros gobernantes sinceridad, prudencia, energía y constancia. Y como fundamento de todo ello un claro conocimiento de tu doctrina y un amor verdadero de tu nombre.
“Así reinarás. Nosotros hoy hemos hecho lo que podemos. Haz tú que cada día podamos más y lo queramos. Para que ese REINO nunca se borre, antes cada día se cumpla más plena y perfectamente según tu promesa.”
REMIGIO VILARIÑO, S. J.
Prensa
Consagración de España al Sagrado Corazón de Jesús en 1919. El rey de España Alfonso XIII lee la consagración ante el Santísimo Sacramento.


Recordatorio
Estampa o díptico de los años posteriores a 1919. En la estampa, está el Monumento al Sagrado Corazón de Jesús del Cerro de los Angeles, el rey Alfonso XIII leyendo la consagración de España al Sagrado Corazón, y el texto íntegro de la consagración leída por el Rey. La inauguración y bendición del Monumento, y la consagración de España al Sagrado Corazón de Jesús, fue el día 30 de Mayo de 1919.








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